Mark Horkheimer dirigió la escuela de Franfurt en 1930. En colaboración con Theodor Adorno, crearon el concepto de industria cultural. Sus escritos se centraban en la crítica hacia la cultura sometida a la industrialización y entendida como un objeto de consumo. Entienden que, al producirse en serie, la cultura deviene un objeto de usar y tirar y su precio se hace tan asequible que se desprestigia su valor real. Debido a su proceso de industrialización y que su única finalidad es la económica, sólo se produce aquello de lo que está garantizado el éxito. Por tanto, está llena de estereotipos y de elementos repetitivos. En consecuencia, se ha dejado de innovar y se tiene hacia la estandarización y la imitación se vuelve una pauta general. Por este mismo motivo, Los artistas no son libres en el proceso creativo. Ni siquiera atienden a la ley de la oferta de la demanda, sino que “la industria se adapta a los deseos por ella misma evocadas”.
La relación entre la cantidad de lo que se paga por la cultura y su calidad no es siempre directa, porque influyen diferencias objetivas. La audiencia es sometida a un proceso de moralización constante, y aquellos que demuestran una autonomía pensante entran en conflicto con la opinión pública. Por saturación, el ciudadano tan poco aprecia su valor y los bienes culturales devienen fugaces. Además, la audiencia es objeto de estudio y clasificación simplemente por grupos en función de sus ingresos. Además, los ciudadanos se convierten en seres pasivos, con reacciones inducidas, donde la imaginación ha sido sometida a un proceso de anulación, evitando cualquier esfuerzo intelectual. Además, “las masas tiene lo que desean y se aferran obstinadamente a la ideología mediante la cual se esclavizan”.
En lo que concierne a relación entre cultura y entretenimiento, se ha desvirtuado la cultura y “espiritualizado” la diversión.
Otra crítica que realizan Adorno y Horkheimer, es la neutralización de los elementos trágicos para así y la generalización del ser humano y, animándole a un estado de conformismo.
Por último, se critican el hecho de que los medios de comunicación están en manos de monopolios que son los que financian la cultura por medio de sus anuncios. Incluso, los medios de comunicación se rinden ante la publicidad. La publicidad no ayuda a distinguir qué objeto comprar, dado que solo es asumible por aquellas grandes empresas que pueden permitirse pagársela. El comprador desconfia de todo aquello que no aparece en publicidad.